¿Quien no quiere poder?… Buscar el poder es una tentación que asecha al ser humano. Tener fuerza, tener dinero, recibir aplausos. Luego, cuando todo está en nuestras manos. Querríamos, entonces, que Dios actuase. Desearíamos que enviase desde el cielo un rayo de fuerza, que acabase con los criminales, los terroristas, los explotadores, los pedófilos, los violadores, los que controlan el mundo mientras se mantienen indiferentes ante el hambre de millones de niños, ante el drama del aborto, ante la opresión de los justos y los pobres. Dios, en cambio, responde con su Hijo. Sin violencia, sin truenos, sin acabar con el malvado. Jesús predica paz, perdón, esperanza.
“No es el poder lo que redime, sino el amor. Éste es el distintivo de Dios: Él mismo es amor. ¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte!. Todas las ideologías del poder se justifican así, justifican la destrucción de lo que se opondría al progreso y a la liberación de la humanidad. Nosotros sufrimos por la paciencia de Dios. El Dios, que se ha hecho cordero, nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por crucificadores¨.
El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres. No cambiaremos al mundo a base de golpes de violencia. La hora de la paciencia, la hora de la mansedumbre, es el único camino que nos acerca, de veras. Un mundo en el que las lanzas se convertirán en azadas, los hombres ya no vivirán para el dinero, y el mensaje de Cristo llenará los corazones de esperanza y de mucho, mucho amor.
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